lunes, 10 de octubre de 2016

"El hombre que amaba a los perros"

Leonardo Padura

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Leonardo Padura, escritor cubano, sale de su género fetiche de la novela policial para adentrarse con 'El hombre que amaba a los perros' en una ambiciosa y gran novela. Para muchos, tres novelas en una, la historia del exilio y posterior asesinato de Trotski, de la vida de su asesino, Ramón Mercader y la historia de Iván Cárdenas, un cubano asfixiado por el devenir del socialismo cubano que conoce, en circunstancias fortuitas, a Ramón Mercader. Los tres protagonistas tienen algo en común entre ellos: el amor por los perros.

Con una meticulosidad abrumadora sobre los datos históricos logrando adentrarnos en la atmósfera social, política e ideológica de la época gracias a un muy buen manejo del relato, Padura nos novela los últimos días de Trotski y las reflexiones que la persecución sanguinaria e incansable de Stalin le produce:

"Al releer la obra, concluida un año antes, lamentó haber dedicado demasiadas páginas a una autodefensa que comenzaba a parecerle fútil en medio del vendaval de adversidades que se cebaba con la vida y la dignidad de sus compañeros; le resultaba oportunista ese empeño por contextualizar sus desacuerdos con Lenin a lo largo de veinte años de combates y, sobre todo, se recriminó por no haber tenido el valor de reconocer, con la perspectiva benéfica o tal vez maléfica de los años, los excesos que él mismo había cometido para defender la revolución y su permanencia." [p. 67] "Por primera vez, desde le triunfo de Octubre, debieron haberse preguntado (¿alguna vez nos lo preguntamos?, le confesaría a Natalia Sedova) si era justo establecer el socialismo en contra o al margen de la voluntad mayoritaria." [p. 68]

También se pone en la piel de Ramón Mercader, el asesino de Trostki, para novelar con precisión su vida y su debacle. En él, como en Trostki, también se puede percibir el camino del compromiso entero por una causa - la revolución y el socialismo-, hasta el límite de matar y de la posibilidad de ser matado, así como adentrarnos en el desencanto y el abandono como un paria:

"El dolor y la amargura le dibujaban una caída en la comisura de los labios, cuando dijo en voz alta:

- Jo sóc un fantasma.

Respirando el aire helado, sintiendo el dolor abrasador que le subía por el brazo, otra vez aquel espectro que una vez se había llamado Ramón Mercader del Río imaginé cómo habría sido su vida si aquella madrugada remota, en una ladera de la Sierra de Guadarrama, hubiese dicho que no. [...] Ramón pensó en ese instante cuánto le habría gustado ver llegar a su lado a ese otro Ramón, el verdadero, el héroe, el puro, y poder contarle la historia del hombre que él mismo había sido durante todos esos años en que había vivido la más larga y sórdida de las pesadillas." [p. 556- 557]

Y por último, Iván, el que cuenta la historia, quién conoce a 'el hombre que amaba a los perros' (Ramón Mercader) en un playa de Cuba. Un personaje abatido por el sofocamiento de la sociedad cubana, por el desencanto de la utopía perdida, por el vaciado de la revolución:

"Pero los que no teníamos de dónde agarrarnos ni dónde robar ( Ana y yo, entre muchos otros) empezábamos a vérnoslas incluso más negras que en los años de los apagones sin fin y los desayunos a base de tisanas de hojas de naranja. Con Ana retirada anticipadamente y con mi demostrada incapacidad para la vida práctica, la soga que llevábamos no hacía más que apretarse, hasta tenernos siempre al borde de la asfixia [...]. Pero era evidente que estábamos hundidos en el fondo de una atrofiada escala social donde inteligencia, decencia, conocimiento y capacidad de trabajo cedían el paso ante la habilidad, la cercanía al dólar, la ubicación política, el ser hijo, sobrino o primo de Alguien, el arte de resolver, inventar, medrar, escapar, fingir, robar todo lo que fuese robable. Y del cinismo, el cabrón cinismo. 

Supe entonces que para muchos de mi generación no iba a ser posible salir indemnes de aquel salto mortal sin malla de resguardo: éramos la generación de los crédulos, de los que románticamente aceptamos y justificamos todo con la vista puesta en el futuro, la de los que cortaron caña convencidos de que debíamos cortarla; la de los que fueron a la guerra en los confines del mundo porque así lo reclamaba el internacionalismo proletario, y allá nos fuimos sin esperar otras recompensas que la gratitud de la Humanidad y la Historia; la generación que sufrió y resistió los embates de la intransigencia sexual. religiosa, ideológica, cultural y hasta alcohólica con apenas un gesto de cabeza [...]." [p. 487]

"Habíamos crecido viendo en cada soviético, búlgaro o checoslovaco un amigo sincero, como decía Martí, un hermano proletario, y habíamos vivido bajo el lema, tantas veces repetido en mitines escolares, de que el futuro de la humanidad pertenecía por completo al socialismo [...].  Nada sabíamos de las represiones y genocidios de pueblos, etnias, partidos políticos enteros, de las persecuciones mortales de inconformes y religiosos, de la furia homicida de los campos de trabajo [...]." [p. 488]

Así, Leonardo Padura nos narra, a través de Iván Cárdenas, el exilio de Trostki y los movimientos de su asesino, Ramón Mercader, impulsado por la mano de Stalin. Los tres personajes no sólo aman a los perros, cada uno a su manera se embarcó en la utopía de la sociedad socialista y cada uno pagó su precio por este compromiso.

No es un libro fácil de contar ni de debatir, ni de reseñar. Enorme no sólo por su cantidad de páginas sino por lo denso de la historia que cuenta, por los detalles históricos minuciosos que expone y por el detallado trabajo psicológico de los personajes acometido. No es un libro a medias, Padura va hasta el fondo y no deja a nadie indemne, ni siquiera al lector. No sólo pone contra las cuerdas uno de los ensayos humanos más complejos y esperanzadores del Siglo XX, como es el socialismo, sino que además nos enfrenta a nuestras preguntas más incómodas respecto a nuestra ideología: ¿es legítimo matar en nombre de una sociedad mejor? ¿hay una sola posibilidad? ¿cuestionarla es traicionarla? ¿es mejor que otras posibilidades?

Todo lo que diga será poco.






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