sábado, 25 de agosto de 2012


Un poco de todo

Hace muy poco que he comenzado con este blog, la verdad es que no sé muy bien qué forma va a ir tomando. Sin embargo, si tengo claro qué me gustaría ir mostrando. En él quisiera mostrar cierto recorrido que fui – y sigo - haciendo desde hace mucho tiempo, como mujer y, sobre todo, como mujer que es madre. 

Si, como mujer que es madre (y no por esto quiero excluir a otras y otros). Quiero decir que muchas mujeres - entre las que me incluyo -, antes de la maternidad, vivíamos una especie de ficción. Si, una ficción de que tenemos las mismas posibilidades que los hombres, que si trabajamos duro en lo nuestro llegaremos, que si no llegamos es porque no nos hemos esforzado o porque carecemos de las aptitudes necesarias, que podemos disponer de nuestro tiempo y hacer con él lo que queramos, que el sistema educativo es perfecto, que el sistema médico es ideal, y que los que protestan es porque, o bien son unos inconformistas o antisitemas o bien son unos fracasados. Debemos aceptar todo lo que se nos dice y se nos recomienda sin protestar, asumiendo día a día una inagotable cantidad de culpas y reproches que se nos asignan.

Bien, como se imaginarán toda esta ridícula estructura de ideas se vino abajo el día que fui madre. Ni el sistema médico es ideal (prueba de ello fueron mis partos), ni el sistema educativo es perfecto como la mayoría piensa, ni los niños comen, cagan y duermen perfectamente (y según lo indicado en los libros especializados) ni nada de nada. Poco a poco, comenzó a desmoronarse esta estructura de ficciones.

El día que fui madre, de mi primera hija, aparte de ser uno de los más felices de mi vida, fue el día que esas ficciones comenzaron a desmoronarse. Para empezar, dejé de estar completa y exclusivamente disponible en mi trabajo y en mi vida. Ya no podía producir a la velocidad indicada. Ahora, no podía leer al ritmo ‘recomendado’ y participar en incontables congresos. Si, los congresos no están hechos para las científicas que son madres. De golpe, entré en una competencia en las que tenía todas las de perder, porque no estaba disponible al cien por cien, ahora tenía hijas y quieres cuidarlas, criarlas, educarlas, estar con ellas. Mi carrera profesional pasó a ser una carrera con obstáculos....¡pero mis compañeros la corrían sin obstáculos! Y la ansiedad crecía paralela a la culpa de no ser lo suficientemente capaz.

La gente solía poner caras, si de esas de, uff ¡otra vez tiene a la niña enferma! o ¡otra vez no tiene con quien dejarlas!, etc. Las caras se hacían peores, ya saben, los primeros años las niñas dependen mucho de sus padres, y no tienes ayuda suficiente, la vida moderna sigue su curso frenético. Y cuando no llegas, a nadie le interesan las teorías de género ni el feminismo, ni nada, incluidos los mismos que trabajan en estas especialidades. La sensación es de absoluta incredulidad, la sociedad que te dice que tengas hijos, te culpa por tenerlos, aquellos que celebraban tu maternidad, te ponen caras; los que te decían que te apoyarían en tu trabajo y te echarían una mano empezaron a escaparse de tu lado, y los que se supone que están del lado nuestro te dicen ¡has reproducido el sistema, qué esperabas!. En todos se había instalado la cara de ¡culpable! Y sus dedos acusadores se dirigían hacia mí con un ¡Has querido tener hijos, ahora apechugas  sin chistar, es tu problema! De a poco, empecé a poder participar menos, a decir que no a nuevos proyectos, a hacer malabares. Y eso no es nada, mis hijas no dormían de un tirón toda la noche, ni se comían todo, y se enfermaban, si que se enfermaban. No sólo me sentía apabullada en el plano profesional, sino que también lo sentía como madre. Nada salía como decían que tenía que salir…..Y lo que es peor, me sentía incomprendida, desvalida, culpabilizada, acusada…

Y, como una suerte de salvavidas, empecé a visitar las bibliotecas públicas y a dejar de lado la literatura ‘científica’ para volcarme a la literatura ‘a secas’. Es decir, leía. Siempre he leído desenfrenadamente, pero a partir de ese momento comencé a hacerlo casi como una búsqueda.

Dicen que las mujeres nunca estamos solas, siempre nos tenemos unas a las otras para acompañarnos, para reconfortarnos, para ayudarnos. Así, aferrándome a otras mujeres, compartiendo el día a día, pero también la lectura y las ideas, he podido ir construyendo un espacio muy pequeño, un lugar desde el cual darle sentido a mis pensamientos, construirme ese cuarto propio, ese refugio frente a los embates, ese espacio desde el cual resistir.

Un cuarto propio
 

Nota rosa: la novela. J. McNeill Whistler

"Mi credo es que ese poeta que jamás escribió una línea y que yace en la encrucijada, vive todavía. Vive en ustedes y en mí y en muchas otras mujeres que no nos acompañan esta noche, porque están lavando los platos y acostando a los chicos. Pero vive, porque los grandes poetas no mueren: son presencias continuas; sólo precisan una oportunidad para andar entre nosotros de carne y hueso. Pienso que en breve, ustedes le podrán ofrecer esa oportunidad. Porque mi credo es que si perduramos un siglo o dos [...] y tenemos quinientas libras al año y un cuarto propio; si nos adiestramos en la libertad y en el coraje de escribir exactamente lo que pensamos; si nos escapamos un poco de la sala común y vemos a los seres humanos no ya en su relación recíproca, sino en su relación a la realidad; si miramos los árboles y el cielo tales como son; si miramos más allá del cuco de Milton, porque no hay ser humano que deba taparnos la vista; si encaramos el hecho (porque es un hecho) de que no hay brazo en que apoyarnos y de que andamos solas y de que estamos en el mundo de la realidad y no sólo en el mundo de los hombres y las mujeres, entonces la oportunidad surgirá y el poeta muerto que fue la hermana de Shakespeare se pondrá el cuerpo que tantas veces ha depuesto. Esperar que venga sin esa preparación, sin ese esfuerzo nuestro, sin esa resolución de que cuando renazca le será posible vivir y escribir su poesía, es del todo imposible. Pero sostengo que vendrá si trabajamos por ella y que vale la pena trabajar hasta en la oscuridad y en la pobreza." Virginia Woolf