Un poco de todo
Hace muy poco que he comenzado con este blog, la verdad es que no sé muy
bien qué forma va a ir tomando. Sin embargo, si tengo claro qué me gustaría ir
mostrando. En él quisiera mostrar cierto recorrido que fui – y sigo - haciendo
desde hace mucho tiempo, como mujer y, sobre todo, como mujer que es
madre.
Si, como mujer que es madre (y no por esto quiero excluir a otras y otros).
Quiero decir que muchas mujeres - entre las que me incluyo -, antes de la
maternidad, vivíamos una especie de ficción. Si, una ficción de que tenemos las mismas posibilidades que los hombres, que si trabajamos duro en lo nuestro llegaremos, que si
no llegamos es porque no nos hemos esforzado o porque carecemos de las
aptitudes necesarias, que podemos disponer de nuestro tiempo y hacer con él lo
que queramos, que el sistema educativo es perfecto, que el sistema médico es
ideal, y que los que protestan es porque, o bien son unos inconformistas o
antisitemas o bien son unos fracasados. Debemos aceptar todo lo que se nos dice
y se nos recomienda sin protestar, asumiendo día a día una inagotable cantidad
de culpas y reproches que se nos asignan.
Bien, como se imaginarán toda esta ridícula estructura de ideas se vino
abajo el día que fui madre. Ni el sistema médico es ideal (prueba de ello
fueron mis partos), ni el sistema educativo es perfecto como la mayoría piensa,
ni los niños comen, cagan y duermen perfectamente (y según lo indicado en los
libros especializados) ni nada de nada. Poco a poco, comenzó a desmoronarse esta
estructura de ficciones.
El día que fui madre, de mi primera hija, aparte de ser uno de los más
felices de mi vida, fue el día que esas ficciones comenzaron a desmoronarse.
Para empezar, dejé de estar completa y exclusivamente disponible en mi trabajo
y en mi vida. Ya no podía producir a la velocidad indicada. Ahora, no podía
leer al ritmo ‘recomendado’ y participar en incontables congresos. Si, los
congresos no están hechos para las científicas que son madres. De golpe, entré
en una competencia en las que tenía todas las de perder, porque no estaba
disponible al cien por cien, ahora tenía hijas y quieres cuidarlas,
criarlas, educarlas, estar con ellas. Mi carrera profesional pasó a ser una
carrera con obstáculos....¡pero mis compañeros la corrían sin obstáculos! Y la
ansiedad crecía paralela a la culpa de no ser lo suficientemente capaz.
La gente solía poner caras, si de esas de, uff ¡otra vez tiene a la niña
enferma! o ¡otra vez no tiene con quien dejarlas!, etc. Las caras se hacían
peores, ya saben, los primeros años las niñas dependen mucho de sus padres, y no
tienes ayuda suficiente, la vida moderna sigue su curso frenético. Y cuando no
llegas, a nadie le interesan las teorías de género ni el feminismo, ni nada,
incluidos los mismos que trabajan en estas especialidades. La sensación es de
absoluta incredulidad, la sociedad que te dice que tengas hijos, te culpa por
tenerlos, aquellos que celebraban tu maternidad, te ponen caras; los que te
decían que te apoyarían en tu trabajo y te echarían una mano empezaron a
escaparse de tu lado, y los que se supone que están del lado nuestro te dicen ¡has reproducido el sistema, qué esperabas!. En todos se había instalado la cara de ¡culpable! Y sus
dedos acusadores se dirigían hacia mí con un ¡Has querido tener hijos, ahora
apechugas sin chistar, es tu problema! De a poco, empecé a poder participar menos, a
decir que no a nuevos proyectos, a hacer malabares. Y eso no es nada, mis hijas
no dormían de un tirón toda la noche, ni se comían todo, y se enfermaban, si
que se enfermaban. No sólo me sentía apabullada en el plano profesional, sino
que también lo sentía como madre. Nada salía como decían que tenía que
salir…..Y lo que es peor, me sentía incomprendida, desvalida, culpabilizada,
acusada…
Y, como una suerte de salvavidas, empecé a visitar las bibliotecas públicas
y a dejar de lado la literatura ‘científica’ para volcarme a la literatura ‘a secas’.
Es decir, leía. Siempre he leído desenfrenadamente, pero a partir de ese
momento comencé a hacerlo casi como una búsqueda.
Dicen que las mujeres nunca estamos solas, siempre nos tenemos unas a las
otras para acompañarnos, para reconfortarnos, para ayudarnos. Así, aferrándome
a otras mujeres, compartiendo el día a día, pero también la lectura y las ideas,
he podido ir construyendo un espacio muy pequeño, un lugar desde el cual darle
sentido a mis pensamientos, construirme ese cuarto propio, ese refugio frente a
los embates, ese espacio desde el cual resistir.
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