Doctor, me duele cuando leo esto!
Para aliviar mi dolor de artritis, un doctor me aconsejó que
empezara a tomar cierto medicamento que, en el interés de evitar
fatigosas disputas legales, mejor no mencionaré aquí. Más bien le voy a
dar un nombre imaginario: Mortac.
Antes de tomar Mortac hice lo que haría cualquier
persona razonable y leí la hojita con información para el paciente que
venía con las pastillas: esa que ofrece consejos tan prudentes como la
de evitar tomar el medicamento si pensamos empujárnoslo con una botella
de vodka, si tenemos que conducir un remolque mil kilómetros ese mismo
día o si sucede que tenemos lepra o estamos embarazados con trillizos.
La
papeleta informativa advierte también que algunos pacientes podrían
sufrir reacciones alérgicas al Mortac, como hinchazón de la cara, labios
y garganta. Menciona mareos y sopor, y (especialmente entre personas de
edad) caídas accidentales, vista nublada o pérdida de visión, daños en
la columna vertebral, falla cardíaca o renal y problemas para orinar.
Algunos pacientes, agrega, han tenido pensamientos de suicidio o
automutilación y, si ese fuera nuestro caso, recomienda —supongo que
cuando el paciente está tratando de saltar por la ventana— que
consultemos con un profesional de la atención médica. (Aunque en ese
caso creo que me comunicaría más pronto con el departamento de
bomberos).
Además, por supuesto, Mortac supone los riesgos comunes
de constipación, parálisis intestinal, convulsiones y, si se toma en
combinación con otros medicamentos, fallo respiratorio y coma.
Esto
por no mencionar la prohibición absoluta de conducir un automóvil, de
operar maquinaria pesada o de participar en actividades que pudieran ser
peligrosas; digamos, trabajar en una prensa hidráulica tratando de
conservar el equilibrio en una viga del piso 50 de un rascacielos.
Y
si tomamos Mortac en una dosis superior a la recetada, podemos esperar
sentirnos confusos, somnolientos, agitados o ansiosos. Si tomamos una
dosis demasiado pequeña, o si de pronto dejamos de tomar el medicamento
por completo, podríamos experimentar perturbaciones del sueño, dolores
de cabeza, náusea, ansiedad, diarrea, convulsiones, depresión,
sudoración o mareos.
Más de una de cada diez personas que tomen
Mortac experimentarán aumento de apetito, excitación nerviosa,
confusión, pérdida de la libido, irritabilidad, trastornos de atención,
torpeza, deterioro de la memoria, temblores, dificultad en el habla,
hormigueo, letargo e insomnio (¿juntos?), fatiga, visión borrosa, doble
visión, vértigo y problemas de equilibrio, boca seca, vómito,
flatulencia, disfunción eréctil, hinchazón del cuerpo, sensación de
ebriedad y perturbación de la marcha.
Más de una de cada mil
personas experimentarán una caída en el nivel de azúcar sanguínea,
percepción alterada de sí misma, depresión, cambios de humor, dificultad
para encontrar las palabras, pérdida de memoria, alucinaciones, sueños
desagradables, ataques de pánico, apatía, sensación de “extrañeza”,
incapacidad de alcanzar un orgasmo, eyaculación retrasada, problemas
conceptuales, embotamiento, movimientos anómalos de los ojos,
disminución de los reflejos, piel sensible, pérdida del sentido del
gusto, sensación de ardor, temblores al moverse, reducción del estado de
alerta, desmayos, mayor sensibilidad al ruido, resequedad en los ojos,
lagrimeo, arritmia cardíaca, baja presión arterial, alta presión
arterial, perturbaciones vasomotrices, dificultad para respirar,
resequedad de la nariz, hinchazón abdominal, aumento en la producción de
saliva, reflujo gástrico, pérdida de la sensibilidad alrededor de la
boca, sudoración, escalofríos, contracciones musculares, calambres,
dolor en las articulaciones, dolor de espalda, dolor en las
extremidades, incontinencia, dolor al orinar, debilidad, caídas, sed,
opresión en el pecho o cambios en las funciones hepáticas.
No hay
nada de qué preocuparse, claro: existe apenas una posibilidad entre mil
de experimentar esos efectos secundarios. (En cuanto a lo que le sucede a
esa persona entre diez mil —o cien mil—, prefiero ni pensarlo. No es
posible tener tan mala suerte).
Una vez que el folleto me hubo
capacitado tan a fondo, evité tomar siquiera una sola dosis de Mortac.
Estaba seguro que de inmediato estaría afligido con la rodilla del ama
de casa o algo por el estilo. (No importa que la papeleta informativa
haya olvidado mencionar ese trastorno en particular).
Pensé en
botar las píldoras en el basurero, pero temí que desecharlas de la
manera acostumbrada fuera a causar una mutación genética de proporciones
épicas en las ratas. Mejor sellé la botella de píldoras en una caja de
metal que enterré en un parque, a un metro bajo tierra.
Y desde entonces, he de decir, mi dolor de artritis básicamente ha desaparecido.
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