domingo, 12 de junio de 2016

¿Manías?


Como lectora tengo ciertas manías. Cuando leo un libro, hago ciertas cosas con ellos. Los toco con reverencia, los huelo, los subrayo por todos lados, les hago pequeñas anotaciones, les pongo papelitos, les pongo mi nombre a la primera página, la fecha en que lo compré, y la ciudad dónde lo hice. Podría decir que tengo casi una necesidad imperiosa de apropiarme del libro y dejar mi huella. Algo así como que ya no le pertenece a su creador/a sino a mí, su lectora.

Leí una vez, no sé dónde, que un libro sin rastro era un libro no leído, no apropiado. No sé quién escribió esto, o si es un invento mío muy conveniente, pero lo cierto es que también me apropié de esta idea y la he seguido en mis lecturas.

Además de leer, poesía o novelas, me atrae mucho cierta información sobre cómo leen, o leían, muchos de los escritores que me gustan. ¿Tenían manías como las mías? Y si las tenían, ¿cuáles eran? Me interesa saber mucho si, como yo, deben obligatoriamente leer el final del libro antes de comenzar a leerlo, o si, subrayan los libros a su paso por ellos, o si les hacen marquitas a las hojas, o les ponen papelitos o si simplemente no hacen nada, los leen y no dejan rastro de sus huellas. ¿Leen un sólo y exclusivo libro o muchos a la vez? Cuando empiezan a leer un libro y no les gusta, ¿lo dejan o lo terminan? ¿Leen en silencio o pueden escuchar música? ¿Los huelen como yo hago?

En esta búsqueda estaba, cuando me topé con una entrevista que le hizo Sara Castro Klarem, en 1976 en Francia, a mi adorado Julio Cortázar. Aquí van algunos pequeños extractos:

Una vez que el libro está dentro de tu ámbito físico, ¿qué le pasa? ¿Cuándo lo lees? ¿Lo lees en casa o en el metro? ¿Lees un solo libro o varios al mismo tiempo? ¿Los terminas siempre, aunque te hayan dejado de interesar?
- Cuando un libro está en mis manos, desgraciadamente le pasan cosas malas casi siempre, porque estoy en una época de mi vida en que cada vez tengo menos tiempo. [...] En la medida de lo posible, esos libros que quiero realmente leer, los dejo ahora en una especie de rincón privilegiado donde los veo con los ojos del deseo, y en cuanto sé que tengo un hueco, tres o cuatro horas que pueden ser bastante mías, entonces los leo, si puedo los leo en mi casa. Hubo una época en que, por razones de mayor resistencia física, podía leer en el metro, en los cafés. Puedo hacerlo ahora también, pero con una menor concentración. Prefiero estar en mi casa y leerlo tranquilo. Además, desde muy joven adquirí una especie de deformación profesional, es decir, que yo pertenezco a esa especie siniestra que lee los libros con un lápiz al alcance de la mano, subrayando y marcando, no con intención crítica. En realidad alguien dijo, no sé quién, que cuando uno subraya un libro se subraya a sí mismo, y es cierto. Yo subrayo con frecuencia frases que me incluyen en un plano personal, pero creo también que subrayo aquellas que significan para mí un descubrimiento, una sorpresa, o a veces, incluso una revelación y, a veces, también una discordancia.

Las subrayo y tengo la costumbre de poner al final del libro los números de las páginas que me interesan, de manera que algún día, leyendo esa serie de referencias, puedo en pocos minutos echar un vistazo a las cosas que más me sorprendieron. Algunos epígrafes de mis cuentos, algunas citaciones o referencias salen de esa experiencia de haber guardado, a veces durante muchos años, un pequeño fragmento que después encontró su lugar preciso, su correspondencia exacta en algún texto mío.
Antes, en la Argentina, ¿tenías hábitos de lectura diferentes a los de ahora? -Me imagino que ahora tendrás mucho menos tiempo para leer que en tus días de maestro de provincia o de traductor oficial- ¿Cómo te ha afectado la necesidad de seleccionar con criterios diferentes a los de tus años de escritor desconocido?
- En principio leo un solo libro, pero quizá para tu sorpresa, leo más poesía que prosa, más ensayos que ficción, más antropología que literatura pura; sucede que, a veces, llevo adelante paralelamente dos cosas muy diferentes. Por ejemplo, en el momento en que te grabo esto estoy leyendo un libro de poemas de Robeit Duncan y, al mismo tiempo, un libro de cuentos de Piérrette Flétaux. Me hace bien pasar de uno a otro. No sé, tengo la impresión de que los libros se estimulan, que hay una interacción y que, con bastante frecuencia, esos dos libros que leo, si no simultáneamente, consecutivamente, son dos libros que son amigos, que han nacido para sentirse bien el uno con respecto al otro, aunque haya una diferencia total como puede haber entre los poemas de Duncan y los cuentos de Piérrette Flétaux.

Otro detalle de deformación profesional es que, en principio, yo termino siempre un libro, aunque me parezca malo. Hubo una época en que esto fue una obsesión y hoy lo lamento, porque he leído muchos novelones y muchos libros de poemas insoportables, confiando siempre en que, en las últimas diez páginas encontraría el gran momento, algo que rescataría la totalidad de la obra. Alguna vez pudo haber sucedido, pero en la mayoría de los casos, cuando cincuenta páginas de un libro son malas, es difícil que el resto se salve. [...] De manera que ahora que tengo menos tiempo [...] sucede que algunos libros no los termino.

¿ Lees mientras escuchas música, o hablas por teléfono, o esperas en el aeropuerto?
- Jamás he podido leer escuchando música, y ésta es una cuestión bastante importante, porque tengo amigos de un nivel intelectual y estético muy alto para quienes la música, que en ciertas circunstancias puedan escuchar concentrándose, es al mismo tiempo una especie de acompañamiento para sus actividades.


Me quedo más tranquila. Nunca se me ocurriría compárame con Cortázar, fáltase más, pero comienzo a pensar que no soy tan rarita como creía. Y que todos tenemos nuestras manías al leer.

Aquí está la entrevista completa: Entrevista Cortazar

        

No hay comentarios:

Publicar un comentario